Sunday, December 19, 2004

Las mujeres de Palenque: Autoridad y cautiverio como remanentes de la cultura africana en el Caribe

A continuación parte de mis memorias cuando estuve realizando trabajo de campo en el Caribe colombiano entre 1994 y 1995.
“Son las cinco de la tarde, ya comienza a caer el sol en el trópico colombiano. Barranquilla, primero turbulenta durante la tarde comienza su descanso del tráfico de gentes y autos. Miro hacia atrás y veo una palenquera que baja a toda prisa, todavía con la porcelana sobre la cabeza. Brianne y yo redujimos la marcha hasta que nos alcanzara. Brianne hace el primer pase:
— ¿Oye cómo estuvo la venta?
— Bien (dice un poco recelosa), ya no me queda nada si no les daba a probar de las alegrías.
Entonces sigue bajando por la calle a toda prisa hasta que la perdemos de vista. No le interesa seguir mediando palabras con nosotras.”
Una lectura mucho más contemporánea del Palenque de San Basilio en Colombia, sin duda apuntará hacia la figura y gestión de las mujeres que fuera y dentro de Palenque mantienen la infraestructura de sus comunidades. La mayoría de las mujeres de Palenque de San Basilio se dedican a la venta ambulante, portando así una tradición milenaria que llegó desde el Africa Occidental. En el barrio palenquero Mequejo de Barranquilla existe la entidad llamada Microempresa Catalina Loango a la que pertenecen el grupo de las mujeres vendedoras de bollo, hecho de maíz blanco y de alegrías hechas de coco. Durante mi primer encuentro con Clementina (C) en Mequejo surgió el siguiente intercambio entre ésta y la antropóloga (A) que nos acompañaba:

(A) ¿Cómo fue su vida allá?, un cambio tan grande de venirse de allá para acá.
(C) A caminar usted sabe que los hombres salen y después uno sale atrás o uno sale y después los hombres salen atrás total que así...
(A) ¿Usted realizó algún trabajo llegando aquí?
(C) Llegando aquí !que va! trabajo el bollo que eso me tiene ciega...
(B) ¿Por qué ciega el bollo? Porque el elemento del bollo ellos lo hacen en fogones de madera...recogían la madera de las construcciones de la ciudad...o se iban a zonas de monte aquí a cortar madera...el humo les producía ceguera o, reumatismo o artritis que era la otra enfermedad que produce el humo....
(C) A mí na'ma' me dió jué la ceguera.
Clementina trabajó el bollo cuando llegó a Barranquilla y Miriam su nieta pudo ir a la Universidad y convertirse en abogada. Sin embargo todavía me es complicado concebir la idea de que una persona haya perdido parte de su visión mientras para sobrevivir vendía entre otras cosas, 'alegrías'.
Otra informante que conocí de camino a Palenque de San Basilio me cantó este verso escrito por ella en forma de buyerengue, el cual es un género musical caribeño típico de la costa colombiana.

! Oh Cartagena de Indias!
Con sus bonitas murallas
y un mar que brinda sus playas
donde el turismo se baña
Y una nativa que ofrece en su linda porcelana
tajada de piña, coco, banana y papaya
(Petrona Cáceres, Apéndice 245)

Al igual que Barranquilla, Cartagena de Indias es otra ciudad con una importante migración de palenqueros. La lectura de los cartageneros y el resto de Colombia sobre las palenqueras, las coloca como parte del paisaje colonial que junto a las murallas de Cartagena conforman de igual manera objetos culturales o íconos, como son los arcos, las columnas y los balcones que construyen la arquitectura de la colonización. Las palenqueras constituyen junto a las playas y los atardeceres violáceos un conjunto visual común en la promoción turística colombiana internacional. Las vendedoras palenqueras en Cartagena se reparten entre la ciudad y las playas plagadas de turistas de todas partes del mundo donde se colocan en lugares estratégicos amparadas bajo una gigante sombrilla. Dentro del Centro histórico se dedican a la venta de distintos tipos de frutas variadas como aguacates, nísperos, tamarindos y guineos, otras tan sólo venden mangos. En las playas debajo de grandes sombrillas las palenqueras venden ensaladas de frutas con leche condensada que vierten en forma concéntrica sobre las frutas. Otro número menor de palenqueras se dedican a trenzar el pelo con cuentas de distintos colores, costumbre común a muchos otros destinos turísticos en el resto del Caribe.

Las palenqueras que trabajan en Cartagena como vendedoras ambulantes son marginadas por la sociedad en la medida que compone parte del exotismo de ese paisaje tan peculiar y tan caribeño. Dentro de ese mundo aparentemente invisible se encuentra una realidad muy profunda que responde a una tradición africana y que constituye la naturaleza de sus intercambios comerciales. En África, el mercado y la mujer son parte de un sistema de conocimiento de lo cotidiano. El mercado era el terreno de la mujer y su más importante agencia dentro de la comunidad. Dice Judith Gleason:

Market is a synecdoche for world at its most intense moment, at its most social; and women are in charge of it. Market is expressive of life's transience, but also of life erotic's pulse. It is the place of encounters, seductions, exchanges, transfusions of energy. Oya is the owner of the market .

La sociedad yoruba precolonial, según apunta Gleason a través de una de sus fuentes, mantenía un espacio público exclusivo para una mujer que se destacaba por su sagacidad y liderazgo para lidiar con los asuntos del mercado; y esa era la Iyalode o 'Mother of the outside' (Gleason 111). Sin embargo la occidentalización de los espacios políticos en África desplazó la intervención de las mujeres nativas en los asuntos públicos y ya las agencias e ingerencias en el mercado no les pertenecen (Gleason 113 cita a Bolanle Awe). En Cartagena de Indias sobrevive este vestigio de la civilización africana como resultado de la resistencia encabezada por los cimarrones que fundaron Palenque de San Basilio.

Ollá como la patrona de los mercados y el mercado como espacio para la reenactuación de la cultura son temas de un texto paralelo a la leyenda de Catalina Loango, me refiero a Palm-Wine Drinkard (1970) del escritor yoruba Amos Tutuola. Una de sus escenas retrata a una chica quien fue encantada por un hombre hermoso que un día visitó el mercado. En otra escena de las múltiples aventuras de su protagonista, Palm-Wine Drinkard, decide pernoctar dentro de un montículo de termitas que parecía una sombrilla grandísima. Allí pasó la noche pero a penas podía descansar pues tan pronto cerraba los ojos no cesaba de escuchar los sonidos propios del ambiente de los mercados, tanto que cuando abrió los ojos se encontró en medio de un mercado. Luego Palm-Wine Drinkard comprendió que el montículo de termitas era el propio dueño de aquel mercado que se había introducido en su sueño y que luego se había convertido en una realidad. De acuerdo a la transcripción que hiciera Gleason de la leyenda que narra el origen de Ollá, ésta era una mujer vendedora de especias en el mercado y de noche se convertía en un imponente búfalo al vestirse con la piel que guardaba en el montículo de termitas.

En Barranquilla me enteré a través del periódico 'El Heraldo' que en Cartagena de Indias había una mujer palenquera que ocupaba una posición muy importante como presidenta de la organización laboral de vendedoras palenqueras llamada Orica. Entonces decidí reservar un par de días para viajar a Cartagena y entrevistar a Cristina Salgado (Crista). Crista es la Iyalode de la que habla Gleason, la jefa de las vendedoras ambulantes, la que impone el orden e implanta normas que protejan los derechos de las demás de su clase laboral. Crista es hija de Ollá, patrona de los mercados, la mujer búfalo, la fuente arquetípica de la fuerza y sabiduría para defender a los suyos de la arbitrariedad y la injusticia.

El puesto de Crista estaba localizado en un zaguán colonial cartagenero. La Cartagena de los medio días, un espacio increíble, decenas de ejecutivos y oficinistas salen a almorzar a cualquier rincón de la ciudad mientras carretones de madera cubiertos de cocos desfilan empujados por hombres semidesnudos. En diversas aceras se encuentran palenqueras sentadas en pequeños banquillos de madera junto a sus mercancías. Mi acompañante me condujo por una línea larguísima de vendedoras y a mitad del zaguán se encontraba Crista Salgado, una mujer muy hermosa de edad media, con un cuello larguísimo y un cuerpo escultural, fuerte. Posiblemente Crista Salgado (también una Loango de acuerdo al misterio que rodea a Catalina Loango) sea la última Iyalode que pudo colarse por la enredadera del mundo americano. Crista estaba acompañada de otra palenquera más joven quien le asistía en la venta de guineos. Una mano de guineos por el equivalente a seis centavos, vendidos con el mayor profesionalismo, dispuestas a aceptar regateos y conservar sus clientes. Después de una presentación formal, Crista permaneció callada por un buen rato (tanto que pensé que se negaría a hablarme). De repente decidió contestar a mi insistente pregunta sobre las palenqueras vendedoras en Cartagena de Indias y dijo:

Las palenqueras han sido, son, somos, patrimonio histórico de Colombia, o sea de Cartagena. Pero el gobierno de aquí de Cartagena se puede decir que el de Cartagena, el alcalde, el comandante de la policía, el señor gobernador, reconocen a las palenqueras como patrimonio histórico mientras necesitan de sus servicios. Por lo menos si hay una cumbre ahí viene el presidente del país que sea a una cumbre de los presidentes. Vienen el rey de España, si vienen las reinas. Si viene el presidente de Colombia, si llega a los 400 o si hace 500 años de Cartagena que fue que lo festejaron. Entonces ahí las palenqueras son importantes porque sin patrimonio histórico las palenqueras, con sus murallas Cartagena es linda con sus murallas y sus palenqueras, pero mientras necesitan las palenqueras para atraer el turismo a Cartagena cuando ya el turismo, la ciudad se llena de turismo, las playas, el centro, ya las palenqueras estorban. Son como un objeto que ya no vale nada. Estorban para el gobierno de Cartagena. Entonces hay que sacarlas. Las palenqueras todos los sectores del Centro han sido las primeras en fundarlo con sus ventas. Aquí no había ninguna venta en Cartagena de ninguna clase. (Apéndice 262)

De acuerdo a Crista, la administración de Cartagena de Indias se aprovecha de los servicios de las palenqueras el tiempo suficiente como para fomentar el oleaje turístico; una vez que logran estabilizar la infraestructura turística, prefieren prescindir de las palenqueras, tal vez para dar paso a otros mercados ambulantes o simplemente para sacarlas del paso. Incluso existe la concepción de que estas mujeres de piel intensamente negra molestan y asustan a los turistas que mientras yacen semidesnudos en las playas prefieren no ser agobiados por las ofertas frecuentes de vendedores ambulantes.

Es también común ver a palenqueros rondando las playas de Cartagena con un muestrario de gafas de sol o vendiendo toallas y camisetas. Sin embargo carecen del carisma y seriedad de las palenqueras en su persuación para las ventas. Aparentemente el hombre palenquero no es capaz de cooperar en la economía del hogar a la par con las mujeres, su aporte económico al hogar es ínfimo comparado al de las palenqueras que están laborando de pie desde las cuatro de las mañana. Entre el resto de la población costeña colombiana, el hombre palenquero es estigmatizado como vago por no encajar en los patrones convencionales patriarcales donde el hombre es considerado como proveedor principal en el hogar. Sin embargo las palenqueras lo niegan hasta la saciedad, tanto que por prudencia desistí abordar el tema cuando hablaba con ellas. Las palenqueras se caracterizan por una gran lealtad a sus compañeros que no ralla necesariamente en la sujeción o sumisión producto de un sentimiento de inferioridad ante el hombre, sino una lealtad posiblemente producto de la misma ideología del cimarrón que insiste en crear lazos de solidaridad para sobrevivir como grupo.

Crista Salgado se desenvuelve como portavoz de los derechos civiles al presidir la organización Orica:

(Y) ¿Y cuándo fue que vino lo de Orica?
(C) Lo de Orica surgió por eso. Para ver si hay más respeto con uno, tenemos más derecho al trabajo. Entonces como Orica fue una mujer luchadora por su comunidad. Orica fue la hija de Benkos Biojó. Benkos Biojó fue un gran líder que fue el primer gran líder que se liberó porque Palenque fue el primer pueblo liberado de la América. Fue Benkos Biojó fue el que fundó a Palenque. Entonces Orica fue la primera hija de Benkos Biojó, entonces ella fue una mujer luchadora por la vida, entonces por eso decidimos ponerle a la organización Orica. (Apéndice 264)

La historia de Orica también me fue contada por Adancito. Esta historia o leyenda de Orica remite a una de las representaciones femeninas más constantes en la ficción dentro de la historicidad americana. Orica hace el papel de la mujer nativa que traiciona a su gente al enamorarse del hombre europeo quien intenta destruir a su pueblo. Por amor Orica revela el secreto al europeo y al final perece a expensas de su padre Benkos quien para corroborar su delito le hace beber una pósima echa con la hierba de la verdad y la mentira. Hay una resemblanza de Orica con La Malinche, amante de Cortés y con la misma Powcahontas hija del jefe Powhatan, todas mujeres americanas atrapadas entre dos mundos, entre el nativo y el mundo del invasor.

Crista reconoce la ambigüedad que entraña el valor histórico de su cultura cimarrona y de la complicada mezcla entre raza y género cobijadas por la misma cultura. Entre valoradas como figuras decorativas y desvaloradas como individuos civiles —como individuos ahistóricos incluso— se teje la complicada lectura sobre las palenqueras. Nos lo deja saber en parte en el siguiente extracto de nuestro intercambio cuando Crista reflexiona acerca de la naturaleza de su desigualdad social en la ciudad de Cartagena.

(C)...que pasó que los agentes de policía tienen el derecho a salir a la calle a faltarle el respeto a la gente principalmente a las mujeres. ¿Qué porque somos mujeres o porque somos negras?
(Y) ¿Y qué usted cree, que se juntaban las dos cosas?
(C) Sí. Entonces...(sigue el cuento del proceso sin querer abundar sobre la pregunta, cuenta lo que le dijo al alcalde) ...Y yo se lo expliqué las palabras groseras e inmoral que nos dijo el policía y a mí me parece que la ley es para poner respeto, no para inrespetar....(Apéndice 264)

Para expresarse más claramente, Crista utiliza la palabra "inrespetar" para lograr describir el tratamiento poco natural que reciben las palenqueras en Cartagena. Al decir "inrespetar" (aunque como palabra no existe en la lengua castellana), en vez de decir 'se falta el respeto' que supone que existe algún respeto previo, Crista quiere connotar "inrespetar" para significar el intento de desproveer del respeto intrínseco que como personas deberían tener las palenqueras. Mediante el uso de "inrespetar", Crista significa el hecho mucho más profundo que estriba en la doble opresión de raza y género que sufren las palenqueras.

Nuestra conversación fue intensa y algo larga, Crista está acostumbrada a realizar este tipo de argumentos como cualquier líder cívica. Su eje cosmogónico inmediato gira en torno a su labor en defensa de las suyas. Así la labor de Crista es un residual africano representando el rol que Gleason identifica como la Iyalode, una mujer portadora de los atributos sociales y la fuerza de la diosa yoruba Ollá:

To the leader of the market women in Yoruba communities she (Oya) offers special protection and encouragement in negotiation with civil authorities and arbitration of disputes among peers . (Itálico es mío)

Luego de la grabación permanecí allí un rato conversando acerca de pormenores con Crista y mi acompañante, palenquero también y criado por su tía quien es vendedora de frutas. Mientras, varios conocidos se detenían a cruzar palabras con Crista en su puesto y con otras vendedoras de Palenque. Para el hombre costeño mulato, las palenqueras son motivo de intriga y ocasión para echarse algunas bromas. Durante mi estadía en Barranquilla, recuerdo en distintas ocasiones haber escuchado varios hombres contando chistes protagonizados por palenqueras. Mientras imitan el acento palenquero, imitaban las voces de las palenqueras haciendo alarde frente a las mulatas y las blancas de su suerte al tener hombres con gran vitalidad sexual. Alguno que recuerdo dice algo así: —¡Ah no¡ si mi negro se me echa encima y no se me despega hasta por la mañana.

Entre las demás vendedoras palenqueras en Cartagena de Indias no fue nada fácil encontrar mucho rapport, incluso abordar el tema de la leyenda de Catalina Loango resultó infructuoso. Por lo general estas mujeres llegaron a Cartagena muy jóvenes y tan sólo regresan al pueblo en ocasiones especiales como lo son las fiestas de San Basilio en junio y cuando muere algún familiar (y la estructura endogámica es increíble, creando una especie de familia extendida comunitaria). Para los velorios de sus familiares y conocidos regresan las palenqueras a reencontrase con su sacralidad cosmogónica en los momentos de la muerte, recreando una vez más la estructura del "mito del eterno retorno", según la conceptualizara Mircea Eliade hace muchas décadas. El regreso a Palenque sirve de puente para desencadenar los significados de orden sagrado de su cultura, justo cuando del Lumbalú se escucha el baile de muerto o cántico fúnebre llamado chimbumbe y que cuenta lo que le pasó a Catalina Loango. Entonces el espacio y el tiempo se disuelven y las mujeres de Palenque emigrantes o nativas vuelven a reencontarse con aquellas ideas que les proporcionan una visión estética de vida donde la complejidad de las redes entre autoridad, poder y cautiverio se manifiestan aparentemente al margen de la sociedad contemporánea en la multicultural Colombia.

Escrito por Yadmilla Bauzá-Múscolo quien desde 1998 enseña cursos en Humanidades y sobre Teoría Cultural del Caribe en el Recinto de Cayey de la Universidad de Puerto Rico.













Bibliografía:

Bauzá, Yadmilla. "What I know of Catalina Loango... ." Transcriptions from field recordings in Barranquilla, Cartagena de Indias and Palenque de San Basilio; Colombia, 1994-95.

Cabrera, Lydia. El Monte: Igbo Finda Ewe Orisha Vititi Nfinda. Notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y del pueblo de Cuba. 1954. Miami: Ediciones Universal, 1992.

Escalante, Aquiles. El negro en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1964.

Gleason, Judith. Oya: In Praise of an African Goddess. 1987. San Francisco: Harper, 1992.

Tutuola, Amos. The Palm-Wine Drinkard and his dead Palm-Wine Tapster in the Dead's Town. 1953. Westport, Connecticut: Greenwood, 1970.

Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición. 1951. Trans. Ricardo Anaya. Madrid: Alianza/Emecé, 1995.









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